jueves, 28 de enero de 2016

Mariposa

Llegué.
Sentía que todo el cuerpo me pesaba, sobre todo el cerebro. Estaba sin ganas de nada. Me sentía tan densa, con aura oscura y lluviosa. 
No sabía que me pasaba, pero no estaba bien.
Era una sensación nueva, que me acompañaba atormentando los minutos que pasaban. Nunca antes la había percibido, era nueva y aterradora. Podía sentirla como una especie de molestia en el pecho, un semi nudo en la garganta, y un agotador dolor de cabeza. Pero a nivel emocional, era más tortuosa aún; no sabía que pensar, que sentir.
No sabía, porque no había nada por lo que sentir.

Era la sensación del Vacío.

Un hueco profundo, oscuro, y frío se alojaba en mi pecho, decorandolo como un collar de pensamientos dañinos. Cada tanto una náusea, causada por la repugnancia con la que mi cerebro me golpeaba. 
Era desesperante, porque no sabía si llorar, enojarme, gritar, callarme, pensar, sentir. La soledad me abrumaba. No había nada, sólo silencio dentro y fuera de mi cuerpo. Un silencio que aturdía mi tranquilidad, sacudiéndola en miles de hertz.
No tener nada a lo que aferrarte, no tener nada que soltar. Era la peor situación que había transitado. Sin motivaciones, sin estímulos, buenos  o malos.
Flotando en un río sucio, lleno de basura, como botellas de vino barato, condones y cajas y cajas de antidepresivos.
Mientras sentía como la suciedad del río se metía por mis poros e infectaba mis venas, miraba el cielo; tan claro y sin nubes.
El contraste generado por el paisaje, me hizo ruido. Podía cerrar mis ojos y hundirme en aquella agua turbia, o abrirlos y distraerme con el bello sol, y las nubes invisibles.

En este instante, mientras que abría lentamente los ojos buscando un salvavidas, una mariposa azul voló sobre mí. Se reposó en mi pecho, haciéndome cosquillas. 
Dentro de mis costillas, danzaban miles de emociones; angustia por estar tan sola, miedo por no encontrarme, serenidad al saber que había una salida y fe en que todo iría bien. Sombras que se transmutaban a luces preciosas, silencios que se volvían suspiros, lágrimas que se volvían sonrisas.
La mariposa aleteaba enérgicamente, y sus alas comenzaron a cambiar, pasaron de ser un azul oscuro a un violeta brillante con tonos rosados.

Atónita, vi como se alejaba. Habrán sido unos minutos, quizás segundos. Las alas amatistas se batían cada vez más lejos. Y la sensación de vacío se iba con ella.

Una energía vibrante y colorida sacudió mi cuerpo. Me levanté, ya no estaba más en el río, sino en un bello parque a la luz del día. El tiempo me acariciaba, y el viento me acunaba. "Todo es perfecto" pensé, y por primera vez en mucho tiempo me sentí correcta. 

Miré el cielo; y comprendí todo. La vida transcurría. La felicidad iba y venía, como el rocío que alimenta las flores. Debía nutrirme de conocimientos y experiencias sabias, y creer de verdad que todo irá bien. Quizás debía hundirme en el río sucio, en sus profundidades, para poder ver todo con más claridad, confiando en la perfección de la vida.

La mariposa fue un sutil recordatorio de lo lindo que es vivir, y estar con uno mismo.