domingo, 27 de septiembre de 2015

Montaña

Todavía podía repetir en su cabeza, cada minuto y segundo, que habían tenido lugar durante la luna escorpiana de agosto.
Pensaba que habían sido absorbidos por el alcohol y el éxtasis, que esa noche reinaron en su cuerpo.
Se sentía extranjero a su cuerpo, los pensamientos que anteriormente lo podían llegar a preocupar, ahora estaban disueltos en una sangre que corría a toda velocidad por su cuerpo, llegando hasta el corazón que latía insaciablemente y retumbaba en su pecho.
Él no miraba a nadie, simplemente cerraba los ojos, y se dejaba guiar por la música, que temblaba en sus pies y en su cerebro.
En ese instante, en dónde todo dejaba de tener sentido para convertirse en puro placer, se acercó ella, con un aura dorada, leonina y hermosa. Dijo unas palabras en el oído, que mezclaba su voz inmigrante junto a los bajos de la música. Normalmente, él no la hubiera escuchado, pero esta vez sintió una necesidad de conectar, quizás un impulso.
La sonrisa que tenía dibujada en su rostro, no se iba, ni con la mala noticia que iba a suceder luego. Ya no importaba lo material, estaba siendo él mismo, se sentía etéreo.
Unos minutos más tarde estarían en soledad, él encima de ella, tocándola, amándola momentáneamente. Ella le dedicaba palabras hermosas, y frases con un acento que decoraban el aire, y la agitación.
Cada vez que cierra los ojos, puede verse acariciando su pelo, y observando sus ojos castaños a través del lente de sus anteojos, que le quedaban perfectos con su rostro europeo. Era tan linda.
Y cuando su mente divaga, la puede imaginar continuando de fiesta, recorriendo el mundo, viajando por Reinos Montañosos. La puede ver en el mar, la puede ver en un bosque, en la puna, en todos lados.
Dentro de su pecho, existe la fantasía en la que ella, se acerque nuevamente a él, y le pregunte con su particular voz parisina: ¿Cuándo nos volvemos a ver?