Sin saberlo su cabeza había llamado a su peor enemiga: la destrucción. Yendo en el sentido contrario de la sanidad, de la paz, viajando a miles de kilómetros por hora, su ira, la violencia crecía.
Tenía ganas de destrozarlo todo, muebles, espejos, romper marcos y quemar las fotografías, tenía ganas de despedazarse a sí misma, la violencia brotaba de sus poros. Necesitaba alguien de quien aferrarse.
Su mente se encontraba en un infierno vivo, deseando ser consumida por el fuego que se desprendía de los pensamientos cargados de pecados. No podía llorar, sus lágrimas eran invisibles y secas, pero estaban ahí, el dolor nunca se había ido.
Decidió calmarse, así que abrió los ojos. Era tarde, todo ya había sido destruido, estaba en llamas, su habitación, su cuerpo, su alma. Comenzó a gritar de ira, sintió como se quemaba ella, sus palabras calladas, sus sentimientos y su cabeza. Era todo arrastrado una vez más hacia la oscuridad. Ella moría.
Desde la otra habitación, podía verse que estaba completamente sola, agitándose y moviéndose en la oscuridad, sobre su cama.
¿Pesadilla o realidad?