¿Qué pasaría si perdieras el control? ¿Si no pudieras dominar las palabras y pensamientos que te atraviesan?
¿Qué pasaría si no le encontrás más sentido a las cosas? ¿Le darías un nuevo sentido a tu vida? ¿Te animarías a cambiar rotundamente de camino? ¿Te arriesgarías?
Camina en círculos, camina, camina. No para, no puede. No le es permitido parar, debe continuar, seguir. Le dicen que debe girar, dar vuelta al mismo espacio una y otra vez, de lo contrario algo pasará. Cuando se cansa, se detiene, y cae al suelo. Es levantada, y puesta en pie de nuevo, le inyectan un suero con una jeringa. Una vez escuchó que ese suero era llamado miedo. Ahora siente como el "miedo" recorre sus venas, sus pupilas se agrandan, el agua salada brota por los poros de su piel y sus ojos. Debe seguir. Vuelve a caminar. Nunca va a poder parar.
Tenía miedo, solo veía pura oscuridad. Estaba tirado en el medio de un caos; vidrios rotos decoraban el suelo, paredes escritas con palabras agresivas, suciedad y polvo reinaban en la habitación, papeles quemados querían participar en la orgía de mugre que adornaba el cuarto. Estaba solo, acostado de lado. Tenía miedo. Su miedo era la locura. No podía controlarla, se apoderaba de su cerebro, por lo tanto de sus pensamientos, se apoderaba de su boca, por lo tanto de sus palabras, de sus músculos, y en consecuencia a esto, se apoderaba de su cuerpo. La locura podía hacer lo que ella quisiese, con este individuo. Era su marioneta, podría jugar durante el resto de la noche. Recién la luna había aparecido, como cómplice de esta obra de títeres.
Iba de un lado para otro, se golpeaba contra una pared, y enseguida iba corriendo hacia la otra. Destruía, quemaba, rompía, gritaba, insultaba, caía, se arrastraba, se desmayaba, volvía en sí, y seguía atado a los hilos de la locura. La locura era la reina de su cuerpo, le gustaba mandar. Solo la pararía si llegaba al objeto que estaba encima de esa mesa, la luna lo hacía brillar. Luna se sentía culpable de haber participado en esa obra tan enfermiza, en donde el pobre chico era maniobrado, entonces hacía brillar al objeto para que el se diese cuenta de que estaba ahí.
El lo ve, se acerca arrastrándose, casi llega. Lo toma, luego de estar varios minutos revolcandose por el suelo, luchando con la locura, que ya no podía controlar su cuerpo. Era una lucha por el control, por el sentido. El alza el objeto, lo hace brillar una vez más con la luz lunar, que se filtraba por la ventana, y lo hunde en sí mismo. Cae al suelo. La locura perdió la batalla, pero él también. El objeto ahora brilla con tono escarlata. La luna se avergüenza de lo sucedido, y deja de iluminarlo.
La habitación queda oscura.