Vaga, camina por los bosques oscuros. La luz se filtra tenuemente a través de las hojas, le indica el camino. El ruido de las hojas que crujen, el lejano canto de los pájaros, los latidos de su corazón, forman una sinfonía que ya conoce. Cada árbol guarda un recuerdo que vivió. Los anillos de los árboles ocultan el tiempo, la corteza el dolor y la sabia es amor.
Camina, toca los árboles, da vueltas alrededor de ellos. Siente, una mezcla de nostalgia y ternura. Cierra los ojos, cada árbol es un recuerdo. Siente, tristeza y olvido. Abre los ojos, comienza a correr.
Los árboles son cada vez más, no recordaba que el bosque era profundo e interminable. Desorientada, busca una salida, grita por ayuda. Los árboles comienzan a marearla. Son todos muy parecidos, solo que algo los diferencia. Un sentimiento los distancia, cada uno guarda una emoción.
El pino, amistad. El Abeto pasión. El roble, enojo. El eucalipto, tristeza. El nogal, placer. El castaño, desilución. Pero, aquel Algarrobo. Aquel Algarrobo era amor.
Corría desesperada, miles de emociones invadían su cuerpo. Llego a un lugar oscuro, sin luz. Un algarrobo se hallaba frente a sus ojos. No sabía si debía volver, o continuar. Decidió quedarse.
La mano le temblaba, con un simple roce al árbol, bastaría para que la emoción tome control de su mente, cuerpo y alma. Lentamente comenzó a acercarse, decidida a tener contacto con el Algarrobo.
Pero su mano nunca llegó a tocarlo; las raíces de roble, las ramas del eucalipto y las hojas del castaño la cubrieron por completo, haciéndola desaparecer, bajo mantas color verde.
El bosque quedó vacío, la sinfonía desapareció junto con ella.