martes, 12 de noviembre de 2013

Alicia y El Sombrerero

Alicia extrañaba El País de las Maravillas, lo extrañaba con todo su ser. Tenía ese feliz recuerdo de haber estado una vez allí, sentada en esa larga y angosta mesa llena de tazas y porciones de tortas. Rodeada de gente rara, y diferente. El conejo, la oruga fumadora, el gato sonriente, y muchos otros personajes. Pero lo que más recordaba era al Sombrerero Loco.
El y ella habían sido muy amigos, durante el tiempo que ella visitó el lugar. Eran inseparables, iban de un lugar a otro, el le mostraba los paisajes y las rarezas que los caracterizaban, y los convertían a la vez, en algo tan bello e inigualable. Creía que la belleza proviene de las cosas que nos distinguen; nuestras rarezas. Ella sentía algo caliente en el pecho cada vez que el agarraba su mano para llevarla de un lado a otro. Le encantaba pasar tiempo con él. En secreto, Alicia estaba enamorada.
Luego de la visita al País, Alicia se vio obligada a volver a la realidad y a su vida normal. Ella no quería, pero de repente, despertó como de un sueño. Estaba en su cama, y recordaba todo como un vago sueño, excepto al Sombrero, a él lo recordaba con lucidez.
Él no entendía porque Alicia se había ido. Pensaba que eran felices, recorriendo el País entero. Pensaba que eran felices siendo raros. Aceptando sus extrañezas y conviertiendolas en perfectas obras de arte.


Pasaron los años, Alicia ya había crecido. Había olvidado todo sobre el País de las Maravillas, pero continuaba recordando nostálgicamente a su amor secreto. Cada vez que se descubría una rareza en sí misma, algo que la diferenciaba de los demás, se acordaba de él, y sonreía. Él le había enseñado a mirarse de esa manera, y era tan bello. 
Un día Alicia fue a la cama, y deseó tanto volver a ver al Sombrero y regresar al País, que cuando se acostó en la cama y cerró los ojos, sintió un vértigo en la panza. Asustada abrió los ojos. 
Estaba en El País de las Maravillas, todo colorido, con plantas enormes y curvadas. No lo podía creer, comenzó a correr desorientada, porque no se acordaba de los caminos que una vez el Sombrero le había mostrado. Corría y corría, sin saber a donde ir. Cuando ya no pudo continuar, jadeando, se dejó caer al suelo.
Una sombra la tapó por completo. Alicia mira lentamente hacia arriba. Una sombra tan particular, tan singular, tan rara... Era el Sombrero. Ella se levantó rápidamente, y lo abrazó con una fuerza que nunca pensó tener. El le devolvió el abrazo. Ahora estaban los dos de la misma altura, Alicia tenía la misma edad que él. El tiempo los había encontrado. 
Se miraron, Alicia tenía miedo de cerrar los ojos y volver a la realidad. Ella quería quedarse con él, en el País, junto a la vegetación extraña que, ahora de color naranja, anunciaban el ocaso. Alicia se acercó lentamente al rostro del Sombrerero, y el también lo hizo. Cerró los ojos despacio, y deseó continuar allí, con él. Pues era donde ella debía estar. Sus labios se conocieron con los de él. 
Abrió los ojos. Alicia estaba justo al lado del Sombrerero. Continuaba allí, en El País de las Maravillas. No lo podía creer, ahora la verdadera realidad de ella, era allí junto a él. Se abrazaron. El la tomó de la mano, y juntos fueron a recorrer los extraños lugares que ahora estaban de un color azul violáceo. Desaparecieron cuando atravesaron el bosque, no había más luz allí. Pero sus huellas dejaban el rastro. El rastro del tiempo, que una vez los separó, pero que ahora, había decido unirlos.