jueves, 14 de marzo de 2019

Oxígeno

Finalmente el agua del tanque explotó, todas las cintas adhesivas, que había pegado una por una en cada agujero del que salía agua, se salieron y ahora los chorros de agua están en carne viva, mojando todo el cuarto, inundando el mundo.
Me mentí a mi misma por mucho tiempo, que el cambio era posible, justificando cada acción, cada pensamiento.
Finalmente hace tres días tomé la decisión.
Saqué todas esas cintas adhesivas, y dejé que el agua salga con propulsión de cada agujero. Me empapé y lo empapé a él.
Casi a punto de ahogarme, nado y nado hasta la superficie, pareciera que no tiene fin. Que me voy a morir ahogada en este cuarto infinito lleno de agua. La culpa me carcome, sin embargo sigo nadando.
Ya no miro atrás, si lo ayudo nos ahogamos los dos. Sigo nadando. ¿Dónde está la superficie? Todos me hablan de ella, me dicen que voy a estar bien, que voy a llegar a tener oxígeno y voy a lograr escapar de estas aguas turbias.
Pero no veo la salida.
Ahora siento como mis pulmones, aquejados por aguantar tanto, empiezan a ceder. La vista se comienza a nublar, poco a poco pierdo conocimiento y escucho latir mi corazón cada vez más fuerte.
Abro los ojos una vez más y veo un difuso rayo de sol. Siento como mis músculos se encojen por última vez. Mi boca larga las últimas burbujas. Mi cuerpo va descendiendo hacia la oscuridad, lo que era un cuarto ahora es un océano.
El oxígeno me abandona para no volver, lo dejo ir.
Sola, me hundo en las profundidades de ese océano, mirando como el rayo de luz se desvanece.