Se encontraba arrodillada en el piso, con sus manos en posición de rezar, encima de la cama. De su cabeza se desprendían millones de inquietudes y sus ojos despedían sal líquida.
Repasaba una y otra vez, los diferentes y excitantes momentos que había vivido. Cuando él corrió su camisa, para poder ver el dibujo que tenía en su hombro. Volvía, volvía a sus ojos, a sus cejas, a su cara, su cuerpo. Recorría con su cerebro, todo lo que podía sobre él. Exprimía ese beso en su mente, buscando desesperadamente sentirlo de nuevo en su piel, y fracasando en el intento.
Quizás lo que lo hacía más doloroso, era cuánto lo había soñado.
Un deseo tan anhelado, que se volvió realidad. Se le escurría de las manos, como arena tibia.
Intenta llamar su atención, es en vano.
La preocupaba tanto saber qué le depararía el destino. Si su corazón estallaría de felicidad, o si se rompería en mil pedazos. Si su cabeza almacenaría aún más vivencias con él, o si yacería junto a las memorias que no podrían ser repetidas.
Él claro que no lo sabía, ni tendría que. Era un secreto, que ella guardaba en lo más profundo de su ser. Quizás algún día podría revelarse, o moriría en una anécdota triste.
Entendía que ella era una princesa, pero se sentía como una sirvienta.
Una sirvienta a la que el príncipe le probó un zapato de cristal. No sabe todavía si encajó, o no, pero el simple hecho de tenerlo allí, frente a sus ojos, tocando su piel, le bastaba para sonreír por un rato.
Millones de emociones navegan por el mar cerebral. Inconscientes olas golpean y estallan en su lóbulo frontal. Se sacude.
Estaba tan feliz, y a la vez tan triste. Emociones sin límites, que se mezclan entre sí.
Los bordes se difuminan, no sabe dónde termina el ayer y dónde empieza el mañana.
Sólo quería corresponderle, y que él le correspondiera a ella. Imaginaba cientos de momentos felices, creía que eran el rompecabezas más hermoso de todos. Faltaban piezas.
Soñaba con formar parte de su vida, y él de la suya.
El príncipe junto a la sirvienta.
Un sueño. Algo irreal, pero que a la vez podía convertirse en realidad.
Posibilidades volaban como cuervos alrededor de su cabeza, cada tanto picoteaban su pelo.
Podía ser ella, o podía que no.
Necesitaba continuar, dejar de ser tan mental, y evitar el naufragio de su barco lleno de sentimientos.
La muchacha se para, y se queda mirando hacia la nada. Cierra los ojos.
Una vez más, lo puede ver, riéndose y mirándola. Mirándola a ella. Sí, a ella.
Abre los ojos con furia, y se aleja de la cama, abandonando la habitación.
Si tan sólo se creyera una princesa, podrían reinar juntos.