miércoles, 11 de febrero de 2015

Rayo

A medida que iban cerrando los locales, las veredas quedaban iluminadas con un pequeño foco de luz, haciendo que mi esperanza se destrozara, y sus pedazos cayeran al suelo, para que a continuación los pisara con mis borcegos. La noche no estaba iluminada por la luna, ya que la muy cobarde estaba escondiéndose detrás de unas nubes que anunciaban tormentas eléctricas. Bum. Se escuchaban los disparos celestiales, sabía que poco a poco caería la sangre de inocentes ángeles sobre mí, pero que al ser transparente y fría, me haría sentir indiferente.
No sabía muy bien como había llegado allí, lo último que recuerdo son las palabras salidas de la boca de ese asqueroso señor: "No eres lo suficientemente buena. Que tengas buenas noches".
Cada vez que repasaba esa frase en mi cabeza, sonaba un trueno dentro de mí. Era mi autoestima despedazándose un poco más, cada vez. De esta manera me conectaba con el mundo exterior. La electricidad que corría por mis venas, era exactamente la misma que se hallaba allí arriba, en las temerosas y grises nubes
Mi interior se encendía, mi cabeza y mi sangre ardía, Mi mandíbulas, la superior luchaba como una gladiadora, en contra de la inferior. Mis ojos se llenaban de ira líquida y salada. Me ponía roja, me sentía como en un dibujo animado, por poco no me sale humo de los oídos.
Enciendo un cigarrillo, para calmar mi bronca. Saco mi encendedor, y descargo mi electricidad con mis dedos sobre la pequeña rueda. Se produce una chispa. Por ese pequeño instante, de verdad creí que era mi electricidad la que generaba ese fuego. Luego de tres intentos, logro encender mi cigarrillo. Posteriormente de que por primera vez tras un largo tiempo, el humo espeso bajara por mi garganta, hasta mis pulmones que poco a poco iban curándose de la negrura, y luego saliera por mi nariz, empezaron a caer las primeras gotas de sangre angelical. Una de ellas se posó como una mariposa encima de la brasa que mantenía vivo a mi cigarrillo, con tanta puntería para humedecerla y a continuación, matarlo, dejando que exhale por última vez el aire blanco.
"No puedo tener tanta mala suerte" pensé. "Primero me rechazan del trabajo que soñé toda mi vida, después me prendo el cigarrillo que tenía guardado hacía seis meses para que me lo apague una lluvia de mierda". Mi enojo volvió a subir hacia mi cabeza, y se descargó contra un tacho de basura. Mi pie pateó tan fuerte que sentí como se me doblaba el dedo gordo.
Ahora sí era patético, me podía ver desde afuera, como si estuviera en una película muda en blanco y negro. Mojada, completamente cegada de furia, y ahora cojeaba al caminar. Sólo quería llegar a mi casa, darme una buena ducha, y tirarme en mi cama para nunca más salir. "Fracasada" me dije a mi misma.
Pero de repente sucedió algo inesperado, un rayo cegó todo. Grité. Una luz blanca me cubrió y me tiró con fuerza al piso. Sentí como todo tembló. El trueno sonó en segundo lugar, corriendo detrás de la luz. Pensé que me habían disparado, pero cuando miré en frente mío, vi unos cuatro árboles prendidos fuego. No lo podía creer, acababa de sobrevivir a un rayo que pasó en frente mío.
Una sensación recorrió todo mi interior, era una mezcla de miedo, agradecimiento, agitación, pero sobretodo esperanza. Pude percibir como la energía revitalizante del rayo, comenzaba a subir por mis pies, hasta toparse con las neuronas de mis sesos. Rápidamente supe que hacer.
Corrí todas las cuadras que había caminado anteriormente con mi pie adolorido. No me dolía más. Me sentía completa, bien, como si hubiera nacido de nuevo. Sin embargo, este nuevo ser iba a hacer lo que nunca había hecho en su anterior vida.
Pronto estaba en frente del lugar. Mi cara cubierta de agua, podía revelar unos ojos decididos e inyectados en furia roja. Mis manos no temblaban, firmes y duras tomaron la manija de la puerta. Y mi pie que antes se retorcía del dolor, fue el que dio el primer paso. De una patada, volé la puerta en pedazos. No podía entender de donde salía esta fuerza, siempre fui débil. Entré.
Todo estaba apagado, y la alarma comenzó a titilar. Marcaba la melodía más irritante que había escuchado en mi vida. Lo que hice a continuación, no puedo explicarlo.
Entré a la oficina de lo que podría haber sido mi jefe. Hacía cuatro horas que había estado allí, sentada, expectante tras dos semanas de espera, ansiosa, esperanzada. Mientras esperaba ahí, había visto la cantidad de botellas de alcohol que tenía exhibidas. Supongo que cuando algún famoso productor venía, el servía uno de esos líquidos coloridos, para poder discutir sobre negocios tranquilos, y quizás la charla resultara más entretenida y suelta.
 La alarma ya se había disparado
Tomé las botellas, que ahora parecían descoloridas y amargas por la falta de luz, y comencé a romperlas en el escritorio. También dancé al ritmo de la alarma, por el lugar, mojando todo con la sustancia. No podía parar de reírme. Me sentía enérgica y feliz. Tenía un minuto para salir.
Las plantas las deposité afuera, bajo la lluvia, para que no sean lastimadas. Pues, en la espera, las había estado observando, eran hermosas, y me recordaban a mi niñez. No podría lastimarlas.
Una vez viendo todo el caos creado por mí, me sonreí a mi misma. No era una cobarde, y menos era débil.
Saque el encendedor, volví a la oficina, y revisé los estantes, encontré una caja de cigarrillos. Vacié la caja, y me puse los dieciocho en la boca. Prendí todos, y sentí como el humo corría por todo mi cuerpo, intóxicandome. Y en un pase de magia, tiré todos al piso y comenzó la verdadera obra de teatro. El telón subía, las llamas se convertían en terciopelo rojo. Y yo recibía aplausos, era la actuación más verdadera, perfecta y rápida de mi vida.
Corrí con una velocidad sobrenatural, hacia mi casa. Abrí la puerta, tomé el ascensor. Abrí la segunda puerta, agarré mi bolso, lo llené de ropa. Mis documentos, mi folio con fotos y mi currículum. Me comí un sandwich. Y salí disparada de mi casa, no sabía muy bien que hacer, pero si había algo de lo que estaba segura, era hora de actuar de verdad.