lunes, 1 de septiembre de 2014

Caverna

Y sin saberlo, estaba completamente desapegada de la realidad. Sin saber, me había despedido de mi cuerpo hacía rato. Ahora yacía sin tiempo ni espacio, en donde la oscuridad reinaba y el silencio era su cómplice.
Mi realidad había sido tan dura, el ver como todo se detruía poco a poco. El no dormir, el insomnio duradero. Los días sin descansar te pueden volcar a un estado de locura momentánea, pero al fin y al cabo locura. Nada más tiene sentido, y no hay manera que lo vuelva a tener. Todo se caía a pedazos, y las sonrisas forzadas se veían cada vez más transparentes.
Volviendo del pasado, dejando las efemérides de lado, atándome al presente. Necesito una soga, algo, un remo, una luz. Por suerte la obtuve.
Desde la más profunda caverna, salió una mano, como si hubiera nacido de una luz, la estrella más lejana y caliente de todas. Allí estaba él, dispuesto a sonreír, como escalera al cielo.
Gracias. Tomé su mano, y subí poco a poco, tambaleando en mente y corazón, pero al fin subiendo. El agujero negro cada vez consumía menos de mi energía, y se sentía aliviador. Todavía no puedo ver su cara, pero sé que es hermoso, su mano es tan cálida. Mi alma comenzaba a trascender los espacios físicos, y ya se encontraba reunida con él, pero mi cuerpo, esclavo de la gravedad continuaba subiendo.
Mis piernas me pesaban, mis brazos se querían rendir, y mi cabeza, estallaba. Me quedaba una sola razón para continuar subiendo, conocerlo. Tenía que seguir.
Mis manos se iban lastimando, mis pies igual. Mi respiración cada vez más agitada, rogaba por el oxígeno de una planta pequeña, mis ojos deseaban ver la luz, por más doloroso que sea el proceso. Su mano continuaba intacta, luminosa y divina, pero las mías comenzaban a soltarse lentamente. Desesperación. No quería volver al vacío, pero cada vez me pesaba más. Me resbalo. Caigo.
En el fondo del abismo, no sé si tengo los ojos abiertos o cerrados, todo está muy oscuro y frío. Respiro. Cierro los ojos, y lo veo. Sonrío. Necesitaba cerrar los ojos para verlo, ya que cuando los abría, él desaparecía y la noche reinaba.
Las pupilas dilatadas, en busca. Los párpados abajo, lo encuentran.
Sonrisa porque finalmente está ahí, parado. Y es hermoso, tal como lo creí.