Atrapada en un cuento que está siendo narrado por un abuelo a sus nietos, contando hasta el más mínimo detalle para que los niños puedan sentirse como el propio narrador en el momento en el que se lo contaron por primera vez. Esa primera vez tan lejana y cubierta de polvo. El polvo antiguo y viejo, se mueve lentamente le hace cosquillas en la nariz de un niño. Estornudo.
El abuelo continúa el cuento. Es sobre un amor prohibido, de dos jóvenes que están destinados a diferentes vidas, en lugares y tiempos separados, pero que a pesar de todo obstáculo se reúnen una vez más para celebrar una vez más el mágico y tierno amor que surgió en ellos dos la primera vez que se vieron. Aunque los niños no saben todavía, que terminarían juntos. Ellos se encuentran intrigados y sumergidos en la mente de la joven del cuento.
Ella lo había visto a él hace mucho más tiempo atrás, desde el momento que lo había visto, una punzada dulce y aguda le apuñaló el corazón, millones de voces aturdieron su cabeza, y en su estómago cientos de mariposas copulaban moviéndose histéricamente. Había pensado tantas ideas y maneras de seducirlo, de demostrarle que le importaba. Pero ella no servía para eso, simplemente no era ese tipo de persona. No sabía como acercarse, ya que él podría rechazarla, y ella sería enviada una vez más al averno de las voces gritonas exprime-cerebros. No quería volver a ese lugar infernal, pues su cabeza ya estaba demasiado dañada para volver a ser torturada de esa forma. No podía volver allí. Desistió de su plan de intentar algo. Todo quedó en el aire, acompañando a las esporas transparentes e inquietas del éter.
La nieta pequeña, que era romántica por naturaleza e inocente por su edad, preguntó porque la chica escuchaba más a su cabeza que a su corazón. El abuelo la miró, comprendió la pureza de la niña, y esbozó una sonrisa. Sabía que tenía razón, los adultos terminan encontrándose enmarañados en sus propios pensamientos autogestionados, en lugar de seguir sus sentimientos, que si bien son lo más básico, son lo más puro. La niña no entendía porque todo resultaba tan complicado, porque al fin y al cabo, era más fácil que la chica del cuento le dijiera al chico como se sentía y que de allí fluya la situación. Era más simple, pero no.
El joven la veía a ella, pero nunca se hubiese imaginado que podrían llegar a tener algo. Era un pensamiento bohemio, flotando en el aire de el tiempo perdido, fuera de la realidad. Hasta que se produjo ese choque, ese descubrimiento de miradas. En donde los iris de cada uno se encontraron y las pupilas se regocijaron brillantes en el nacimiento de un amor joven y nuevo. Los dientes se asomaron por las ventanas labiales, y así fue como se pintó un cuadro en donde los dos estaban quietos mirándose fija pero dulcemente y sonriéndose. Comenzaron a verse secretamente, a veces detrás de las estatuas de los jardines, o en el medio del bosque, incluso el la iba a visitar a ella, y subía por una escalera hasta su cuarto y se complementaban de tal manera, que los dos lograban una conexión mística, casi irreal, encabezada por el amor y el deseo. Los dos estaban en su mayor esplendor. Ella lo amaba a él, y él la amaba a ella. Era amor de verdad.
Al abuelo le brillaron los ojos, la niña suspiró deseando encontrar a alguien similar en un futuro, el niño se mordió el labio inferior, dejando ver una tímida sonrisa. La niña le rogó al abuelo que continuara con la historia.
Los dos jóvenes pertenecían a diferentes mundos, por lo cual era difícil llevar una relación con carácter romántico. Sin embargo se habían propuesto continuar con ese cariño y derrotar a los vampiros sociales, que odiaban el amor y más de dos estúpidos jóvenes. Pero así como se lo propusieron, lo cumplieron. Cuando las cosas se volvieron cada vez más caóticas, y parecía que la tormenta gigante de un color gris petróleo llena de rayos que iluminaban cada problema, ellos dos escaparon agarrados de la mano y colocando la fe en un futuro que parecía prometedor y lleno de alegría. Pero las gotas comenzaron a caer, y ellos estaban aún en el camino. El barro salpicaba sus piernas, y los dos corrían por su vida, se caían, se levantaban, uno tropezaba, pero los dos continuaron de la mano, corriendo a través del camino y a través del universo.
Los dos niños estaban sudando, y mordiéndose de los nervios. El niño arrugaba la ropa tensamente con la mano, y la niña casi que rompía su vestido, de lo fuerte que lo estrujaba.
Los dos jóvenes llegaron a un campo, con el pasto más verde que se puedan imaginar, con el cielo más celeste y claro que nunca se había visto, el aire que se respiraba era puro y limpio, y el sol. El sol posaba sus rayos en las caras de los dos, que arrugaban los ojos como efecto de esta acción. El sol deseaba abrazarlos y desearles toda su suerte, porque los había visto pasar por el sufrimiento, y la angustia, y ahora, quería más que nunca que estén juntos. Ella que estaba cubierta de barro, miró hacia el horizonte y cuando se volvió a ver a sí misma, llevaba un vestido nuevo. Tan lindo, tan armonioso, blanco como ninguno, que parecía complementar al mismo cielo y llevaba una tiara de cristal. Él estaba también, atónito, ahora ella parecía una obra de arte, hecha por el mismo Creador, y destinada a brillar en el universo. Un rayo de luz dorada lo atravesó a él, y sintió un calor interno que lo llenó de energía y positivismo. El era el mismo sol, brillando, con sus mil y un rayitos luminosos. Y ella, ella era la misma luna. Los dos brillando en el cielo.
A todo esto, el niño atónito le preguntó como podría ser posible que el sol y la luna estuviesen juntos en el cielo. A lo que el abuelo le contestó:
Es que no estaban en el cielo de esta tierra, ya no pertenecían a este mundo. Tanto sufrieron, que se les permitió encontrar la felicidad, y vaya felicidad. Los dos brillaban, hablaban, se cuidaba, se miraban, se conectaban, se amaban en el cielo, porque ahora estaban en un lugar en donde el tiempo ni en espacio condicionaban el amor. Un lugar en donde los sentimientos reinaban sobre los pensamientos, un lugar en donde el amor, la fe y la alegría triunfaban siempre. En donde los dos se encontraban sonriendo, y amándose, ya no secretamente. Eran felices allí. Estaban en el paraíso.
El abuelo concluyó el cuento, y los niños se miraron, sonrieron y luego fueron a jugar afuera. Los tres tendidos en el pasto, mirando hacia el cielo, imaginándose el paraíso, en donde los dos jóvenes bailaban en el cielo, la canción más armoniosa de todas. La niña pudo verlos, en un espectáculo milagroso y lleno de luz. Era perfecto. Los jóvenes se profesaron la mirada más bella de todas. Y la niña sonrió.