El pronunció esas palabras, que salieron como una dulce melodía a través de su boca grande, colmada de dientes afilados. Ella lo escuchó atentamente, y luego miró al suelo. Ella ya no era una niña. Un atardecer rojizo se posó sobre sus mejillas.
Estaban en lo más profundo del bosque, tirados entre la hierba. Se podía escuchar a los grillos que acompañaban a la velada, con sus violines alados. El sol proyectaba luces rojizas y naranjas para ambientar. Se estaba por hacer de noche. Ella debía volver rápido, no sabían que se encontraba con él. Nadie podía saberlo, era un secreto de ellos dos, si, de lo contrario, se enteraban de sus salidas a escondidas, podrían quitarle lo que ella más amaba en el mundo: a Él.
El suavemente tomó la cara de ella, y le dio un beso. Se acostaron uno junto al otro, y miraron al cielo. Las hierbas altas les hacían cosquillas en las piernas. Su mano agarrada firmemente a la de ella, en una unión prohibida. Miraron el cielo, que parecía teñido de confusión. Tenía naranjas, amarillos, rojos, rosas de un lado, hasta que siguiendo por el rosa, se encontraban los colores más fríos, el violeta, celeste oscuro y azul. Un par de estrellas adornaban el cuadro celestial. Ellos amaban esa hora, pero también la odiaban.
Era la hora de decir adiós, hasta el día siguiente.
Era una completa paradoja, el cielo que celebraba su unión anunciaba también que debían despedirse.
Ella lo miró a Él, tenía una mirada triste, taciturna, lejana. Él le devolvió la mirada, plagada de calidez, para poder contrarrestar la tristeza de ella. Sonrió, y ella también. Se besaron.
Poco a poco ella se levantó, y se colocó su capa roja. Se calzó unos zapatos negros relucientes, recogió su canasta y se arregló el cabello castaño ondulado. Se arrodilló para darle el último beso del día a su amor.
Sonrió, y se despidieron. Ella no estaba preocupada, sabía que lo volvería a ver al día siguiente. Se puso su capucha roja y comenzó a caminar.
Él la vio irse tras las hierbas, con su capa de rubí flameando. Todavía seguía sentado en su lugar de encuentro, en el medio del bosque. Rió en silencio, con una sonrisa tímida. Miró hacia la luna, que anunciaba la hora del espectáculo.
El se levantó, con su ropa rasgada, su cuerpo velludo, su boca afilada, volvió a mirar el cielo, y especialmente a la luna, le dedicó un aullido. Era hora.
Se agachó, y corrió. Se perdió entre los árboles.
Volvería todo a la normalidad, hasta al atardecer siguiente, donde los dos amores prohibidos se volverían a encontrar para celebrar que el amor es para todos, sea o no indicado.
"Puede que no sea el momento correcto, puede que yo no sea el indicado. Pero hay algo sobre nosotros"
-Daft Punk