sábado, 18 de julio de 2015

Almohada

Fue en ese mismo instante en el que se dio cuenta de que no era un sueño.
Su almohada la comenzaba a devorar, su pelo y cabeza se hundían cada vez más. Podía sentir cómo la saliva de plumas manchaba su pijama.
No podía respirar, estaba siendo tragada. No podía concebirlo, tenía que ser una pesadilla.
Intentaba zafarse, agarrando fuertemente las sábanas, sin embargo, no le servía de nada. Escuchaba cómo mandíbulas suaves plumíferas la masticaban haciéndole cosquillas. 
Cerró los ojos, quiso despertar.
Los abrió para darse cuenta que estaba sana y salva, acostada en su cama, tapada y con los pies fríos.
Volvió a pensar en todo. ¿Qué era todo? El hecho que no tenía nada.
Se sintió tan sola, inútil. Y la angustia reinó en su garganta, junto a sus sirvientes, las lágrimas, que corrían sus mejillas para enrojecerlas más aún.
Sintió tanta desolación. Ahora había una fuerza que la estaba presionando cada vez más.
No era sólo la furia... Algo la estaba absorbiendo.
Sintió como la tomaban del pelo, cómo su nuca comenzaba a tensionarse.
Comenzó a hundirse en su almohada. Primero el pelo, luego la nuca, el cuello.
Desesperación. No puede escaparse de sus pensamientos nocturnos que la carcomen.
Luego es su cabeza, sus hombros, su pecho, su panza.
La tráquea de tela se encuentra tibia.
Luego su cadera, posteriormente sus piernas para terminar con la frutilla del postre: sus fríos pies.
No es una pesadilla. No lo es.
Cierra los ojos, intenta despertar.
No lo consigue.