lunes, 23 de febrero de 2015

A prueba de balas

La luz toca mis ojos, y mi pupila se contrae hundiéndose en un iris verde amarillento. 
El sol emitiendo sus rayos cálidos, bordean mi sonrisa, como un pincel que recorre una obra maestra.
Pestañeo varias veces para asegurarme de que no estoy soñando. Efectivamente es la realidad.
Me acurruco en un lado de la cama, y me cubro de la sábana que guarda tantos secretos como las paredes que me rodean. Miro hacia la mesa de luz, veo un plato funcionando como un cenicero, que mece un cigarrillo armado de marihuana, consumido y cubierto de ceniza. Hay tanto que no sé.
Me levanto, y me veo en el espejo. Estoy despeinada, y con grandes ojeras, pero también con una amplia sonrisa que cubre mi cara. Recorro mi cuerpo, con los ojos. Me detengo.
Veo una marca en mi piel, cubierta de sangre seca. Subo mi remera hasta el pecho, y descubro que abajo de mi seno izquierdo, hay un agujero.
¿Cómo puede ser? ¿Cuándo sucedió? ¿Por qué ya no me duele?
Asustada, me doy vuelta, y observo mi espalda en el reflejo, ahí está. Es un agujero perfecto, del tamaño de una bala, puedo ver el otro lado de la habitación desde él. Está vacío, hueco.
No puedo entenderlo, ¿Cómo pude ser tan ciega de no verlo antes? O quizás... pretendí no verlo. Hacer como si no existiera. Ya ni siquiera puedo recordar.
Llevo mi dedo hacia a parte faltante de mi torso, y puedo sentir el vacío, y cómo mi dedo pasa del otro lado de mi cuerpo. Como un cráter en la luna, que quizás conduce al otro lado de ella, el lado oscuro.
La curiosidad se sume en mí, convirtiéndome en una marioneta idiota. Le hablo, no me responde. Sigue durmiendo sumergido en sus sueño. Pronuncio su dulce nombre de nuevo, decide ignorarme.
Siento un profundo y punzante dolor en el pecho, me llevo la mano y veo que estoy cubierta de sangre. Me vuelvo hacia el espejo, y veo otro agujero, del mismo tamaño, en la parte superior de mi seno izquierdo, pero esta vez, sangrante.
Respiro hondo, y la hemorragia cesa. Me limpio la sangre con mi remera, confundida, ya no me duele. Sin embargo, allí queda la marca, contando una historia de la cual me perdí el comienzo.
Sacudo su cuerpo, en busca de que despierte. Repito una y otra vez su nombre, no obtengo contestación alguna.
Me siento en la cama, algo cansada. Resoplo. Siento una molestia por tercera vez en el pecho; otro agujero. Ya ni sangra, simplemente aparece una marca, como las otras. Ésta, no dolió, solo se sintió un poco desagradable, cómo cualquier cicatriz.
Ya ni me desgasto en intentar despertarle, pues me di cuenta que es en vano. Cuando quiera, lo hará, y me llamará. Pero hasta ese entonces, aprendí que con mis tres agujeros en el pecho, los primeros más dolorosos que el último, debo dejar de dispararme telepáticamente. Soy a prueba de balas. No voy a morir, y cada vez me fortalezco más. Es inútil querer lastimarme, no es posible.
Sin embargo, me es tan tentador continuar disparándome, y entregarle el arma, dejándosela entre sus dormidas manos, para que me dispare sonámbulo.
No puedo evitarlo, es más fuerte que yo. Ya no me duele que me dispare, sin embargo, continúa siendo una bala que entra en mi cuerpo para lastimarlo, y a continuación, colorear una cicatriz vacía.