Inhalo.
Entra en mis pulmones como la droga oscura. Respiración agitada augura muerte lejana. Alvéolos que comienzan a nublarse. Sangre coagulada que brota de mis pulmones, tornándose cada vez más oscura. Faringe irritada, pensamientos tóxicos. Rubíes son despedidos de mi nariz. Mis ojos inyectados en sangre comienzan a despedir lágrimas transparentes, que con el calor de mi cara se evaporan.
Me está matando. Necesito dejar de controlar mi cuerpo, el aire que respiro está asesinándome. Mi ambiente ya no es seguro, el hilo de vida depende de soluciones químicas, a las cuales me niego a recurrir. Dejo que fluya.
Mi corazón comienza a latir cada vez más fuerte al ritmo de la Novena Sinfonía de Beethoven, así como Alex DeLarge se excita, mi cuerpo se apaga. Las venas cavas comienzan a hincharse, la sangre está siendo expulsada con más rapidez. Necesito a la droga oscura, pero no voy a recurrir a ella. No esta vez. Harta de los químicos-olvido me reúno conmigo misma, en mi lecho de muerte.
De mi piel brota transpiración cargada de odio, y enojo. Lágrimas que no son más de dolor, lágrimas tan calientes que se secan al desprenderse de mi ojo.
Cerebro en cortocircuito, mandando a el cuerpo idiota que lo único que hace es moverse espásticamente. Hemisferio derecho llora, hemisferio izquierdo razona con odio. Ambos están colapsando. Guerra entre neuronas y electrolitos. No obtendrán paz alguna. Puños de electricidad que queman mi cabeza.
Sistema alerta, comienzan a sonar las sirenas, que opacan la melodía sinfónica, mi corazón comienza a detenerse. Cada vez que aumenta el sonido de las mismas, mis oídos sangran. Yo sangro.
Mi cuerpo se va desintegrando, no duele más. Mis pulmones se queman, mi corazón revienta, mi cerebro electrocutado colapsa, mi piel se seca, mis ojos explotan.
Exhalo.